UN ÁNGEL DE MADRUGADA
Eran las siete de la mañana, el rey de los astros se empezaba a asomar imponente en el horizonte, el destello de su luz comenzaba a azotar el rostro de Julián, quien se había levantado muy temprano, aún cuando se podía ver con ganas de ir a la cama a la reina de las estrellas. Él estaba sentado en su pequeña canoa, sobre un calmo mar que lo esperó como todos los días para ofrecerle el pan con el que alimentaba a sus cinco hermanos menores. Julián aguardaba el momento perfecto para lanzar al agua su enorme atarraya y así capturar una buena cantidad de peces, que le ayudaran a cumplir ese propósito y que a su vez le permitieran ganarse unos pesos en la plaza de mercado del pueblo. Por fin, después de la prolongada espera, llegó el momento justo para que Julián lanzara su red, la tiró y luego de algunos segundos la empezó a sacar lentamente del agua, faltaban pocos metros para que la bandada de peces se asomara a la superficie, Julián estaba impávido, no lo podía creer, había visto pasar muchos soles y muchas lunas antes que llegara la subienda. Entonces, descargó su tesoro en la canoa y se fue feliz, regresó a la playa, se demoró más de lo normal porque su botín era muy pesado y su esfuerzo físico tuvo que ser mayor. Cuando llegó a la orilla lo estaban esperando cuatro de sus hermanos. Julián inmediatamente notó que Pablo no estaba allí y les preguntó a los demás por él. Ellos le respondieron: --está tendido en el duro suelo de su habitación, no se ha querido levantar desde hace mucho rato, parece que estuviera enfermo. Julián les dijo que bajaran la carga y la llevaran a la casa, mientras tanto él se fue corriendo a ver a su hermano. Entró afanado a su cuarto y lo vio como dormido, lo llamó, pero no le respondió, se le acercó, le dio dos palmadas en la cara, el pequeño de escasos cinco años no reaccionó. Entonces se lo echó al hombro y les dijo a sus hermanos que se encargaran del pescado, pues su hermano estaba muy grave y tenía que verlo un médico. Así que todos tomaron el camino hacia el pueblo. Al llegar, Julián se fue como alma que lleva el diablo hasta el hospital, sus hermanos se quedaron en la plaza junto al pescado, esperando que él viniera a venderlo. En el hospital le dijeron que para atender a su hermanito era necesario el depósito de cierta cantidad de dinero, Julián les respondió que no tenía un quinto en ese momento, pero les rogó que se lo atendieran, les aseguró que él pagaría lo que fuera necesario, sin embargo, no escucharon sus súplicas, el encargado le dijo: --sin dinero no hay atención. Esas palabras fueron como mil latigazos para Julián, empezó a llorar de rabia, se fue derrotado hasta la plaza con el niño en brazos. Allí encontró a los demás y rápidamente empezó a ofrecer su pescado en las tiendas cercanas. Desafortunadamente en ese lugar sólo encontró indiferencia, las personas buscaban provecho de su desgracia, casi todos los vendedores de la plaza se dieron cuenta de su difícil situación, notaron que traía consigo una gran cantidad de pescado de muy buena calidad pero, eso no fue garantía para que le pagaran el precio justo por sus peces. Al principio Julián se enfadaba y ante precios tan baratos como los que le ofrecían respondía: --sí, claro, se los voy a dar muy baratos porque estos pescados me los regaló mi hada madrina, o si no, les decía: --el precio que usted diga está bien, no ve que me los gane en una rifa, y esas mismas expresiones llenas de rabia, sarcasmo e ironía las repitió por muchos puestos de venta.
Pablo en los hombros de Julián parecía un muñeco de año viejo, por el que ya no hay nada que hacer y que está condenado a una muerte de la que no podrá salvarse. Ante tanta desesperación Julián tuvo que vender a precio de puntillas y tornillos el tan esperado tesoro que había encontrado esa mañana en el precioso mar que calma sus necesidades. Con el poco dinero que consiguió regresó con Pablo al hospital, sus hermanos lo seguían atrás. Julián, lleno de rabia les gritó a los médicos y a las enfermeras: --hace un rato no contaba con la armadura para soportar todos sus golpes, pero ahora sí. Y les tiró en la cara unos cuantos billetes y una bolsa llena de monedas. De inmediato se lo llevaron a una de las salas, varios médicos observaron su condición, estaban muy preocupados, parecía que el pequeño Pablo no tendría salvación, pasaron varias horas hasta que uno de los médicos salió caminando por un pasillo, se dirigía lentamente hacia donde estaban todos reunidos, parecía como si el doctor no quisiera llegar a su destino. Cuando el médico estuvo frente a ellos les dijo: --lo único que queda es rezar, Julián y sus hermanos empezaron a llorar y a dar gritos de dolor, parecía que les estuvieran arrancando el corazón, lanzaron insultos contra todos en el hospital y cuando se cansaron, decidieron ir a la iglesia, se pusieron en frente de la Virgen más bonita del templo y con mucha fe, le imploraron por la sanación de su hermano, rezaron por muchas horas, no sintieron hambre, cansancio, ni mucho menos frío. Hasta que uno de los hermanos menores, Felipe, dijo: --regresemos al hospital. Era de madrugada, se podía escuchar el silbido del viento, el pueblo estaba desolado, los hermanos caminaban recordando las travesuras de Pablo, quien para ellos se debatía entre la vida y la muerte en una fría cama del desconsolador hospital, faltaban pocas cuadras para llegar a su destino cuando se les apareció un hermoso niño, como de unos cuatro años de edad, rubio como el sol, blanco como la nieve y con un par de ojos celestiales, quien les dijo: --no se preocupen por el que vive, ¡Pablo está bien!, preocúpense mejor por los que están solos y enfermos, que no tienen a nadie quien los llore. El niño desapareció, Julián y sus hermanos se encontraron de repente rodeados de niños mendigos, huérfanos como ellos. Algunos enfermos, sucios y hambrientos, otros que lloraban con lamentos desgarradores… siguieron caminando y cuando llegaron al hospital, Pablo los estaba esperando en la puerta y les dijo: --¡casi no regresan!, hace poco estuvo un niñito hablando conmigo, dijo que ustedes venían en camino y les dejó un mensaje en este sobre. Julián lo abrió y leyó con asombro a sus hermanos. El mensaje decía: “no olviden a esos niños a los que la gente quiere hacer invisibles, esos que sólo son visibles a los ojos de mi corazón de madre, piensen siempre en mi hijo, el niño que les mandé esta madrugada. Yo les cumplí, ahora ustedes por favor cúmplanme a mí. Y resultó que de ahí en adelante, los seis hermanos salían a pescar muy temprano en su canoa, antes que madrugara el sol, y resultó también que todos los días regresaban a casa con un gran tesoro, tesoro que vendían todas las tardes en la plaza de mercado para cumplirle a quien los hizo mirar el mundo de la indeferencia con la calidez y la ternura de una verdadera madre… aunque ellos fueran huérfanos, jamás volverían a sentirse solos.
Interesamte, me acordaste del Gigante egoista... me acordaste de el Pescador y su mujer... claro el tuyo tiene otro tinte , me gustaria que se pudiera resaltar más alguna cualidad del hermano pescador por ejemplo su constancia, perseverancia... su valentia... algo asi... no crees.
ResponderEliminar¡Que cuento tan hermoso! un cuento lleno de valores, me hizo recordar cuando de niña me iva a pescar en compañia de mis hermanitas en las quebradas que rodeaban mi casa de campo, claro que no tubimos la misma suerte de julian y sus hermanos, que pesar, que el valor de la vida se pierda porque no se cuente con dinero. "El valor de la vida no tiene precio"
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